Introducción
La obra del Padre Teilhard de Chardin representa para la ciencia y para la humanidad, una pieza de invaluable riqueza. Como hombre, sacerdote y científico supo leer la realidad «fenoménica» como un anticipo de las realidades «eternas» y sobrenaturales.
El presente trabajo, quiere mostrar en el contexto del diálogo ciencia-fe, una aproximación sincera y coherente de un análisis que se hace cada día más difícil: el análisis de las realidades terrenas, miradas desde la vivencia de un cristiano que combina, en este caso su inteligencia empírica, con su sabiduría en la fe. Este es Teilhard, el Jesuita que se atrevió de manera seria y equilibrada-no obstante sus muchos obstáculos- a decirle a la humanidad, que el mundo no es solamente un subsistente que se explica por sí mismo sino que en su complejidad, en su estructura interna, en su orden y perfeccionamiento, evidente para quien tiene un acercamiento a él desde un punto de vista fenoménico, y en el que descubre a la vez un proceso natural histórico y ascendente, solo puede ser explicado a partir de un principio organizador que se constituye al mismo tiempo su punto de convergencia y de arrivo.
Este principio organizador, desde la fe de Teilhard tiene su concresión en un Padre y Señor que desde siempre lo pensó así, y que en la plena libertad que nos ha dado, quiere que lo alabemos y le demos gracias por su obra creadora.
El primer capítulo reflexiona acerca de la persona del padre Teilhard como sacerdote y científico; hace un recuento –somero- de su vida y obra, y muestra ante todo la capacidad que como científico tenía de analizar la realidad y proponer esquemas «revolucionarios» para ella misma, señalando que la ciencia en su hacer es un ejercicio no solo de la razón que comprende y asiente, sino ante todo, y como lo más importante, es la gran oportunidad que el mismo Dios nos ha posibilitado realizar para llegar a un estado de autocomprensión y autodescubrimiento de nosotros mismos. Igualmente, el capítulo quiere referirse a esa dimensión sacerdotal, de la cual participa en bondad del mismo Dios, como Jesuita y miembro de la Iglesia, en la cual también fue incomprendido y muchas veces rechazado
Seguidamente se dará una introducción metódica sobre la concepción que el Padre Teilhard tenía de la ciencia en su relación con la fe. Para ello se descubrirá cuál era la visión novedosa que el Padre Teilhard pretendió exponer acerca de la realidad, desde la ventana de lo que él denominó «fenomenología del cosmos», para así comprender de una manera global cuál es el pueto de la fe en Cristo Jesús expuesta en su sistema de pensamiento.
El capítulo Tercero, pretende ampliar esa dimensión que como sacerdote, hace de Teilhard un «místico» y un profeta. Sin lugar a dudas, la pretensión aquí, no es sólo la de lograr una insinuación a una «defensa» de su espiritualidad, sino ante todo es la de profundizar la novedad de sus términos. Contemplar el «Himno del Universo» es acercarnos a una línea común entre la ciencia y el sacramento. Ciencia, porque es un canto al universo mismo que con todas sus cualidades y defectos orquesta en un sinfín de preguntas y respuestas; y sacramento, porque las continuas referencias al «hacer de Dios», lo convierten en un cántico, casi salmodial de una nueva «Teofanía» o manifestación de Dios, siempre operante y actual.
Para finalizar se hará una presentación de dos de sus principales obras: El fenómeno humano y el Medio Divino. En ellas se muestra la capacidad racional, empírica y «reverencial» de un escritor que es ante todo, escritor de ciencia y depositario de verdades del universo, las cuales pudo presentar en términos propios, inteligibles y adecuados. La ciencia es su pasión, la materia su instrumento, la tierra su casa, el Amor su dimensión más trascendental, y Dios por su puesto Dios, su Todo.
Capítulo I
Teilhard de Chardin:
El Sacerdote y el Científico
«El medio Divino es exactamente yo mismo»[1], escribía en el prólogo de su libro titulado de la misma manera (el medio divino) en 1934, el sacerdote jesuita, Geólogo y paleontólogo Teilhard de Chardin. Con innumerables publicaciones científicas, pero ante todo con una gran sensibilidad por el mundo, el padre Teilhard escribe acerca de la realidad física contemplando desde una perspectiva particular su futuro, su realización y plenitud desde la tierra, desde donde también debemos mirar con esperanza y amor al hacedor de todo, principio y fin del universo[2]. Su trabajo llegó incluso a ser incomprendido, y hasta perseguido, pues suponía un cierto peligro en la comprensión teológica de temas tan amplios y debatidos como El pecado original, la constitución del universo, la visión teleológica, etc.
Una de las obras que mejor resume su legado sacerdotal y pastoral-aunque también criticada- es La Misa sobre el Mundo, donde comienza afirmando:
Ya que, una vez más, Señor, como en los bosques del Aisne, también en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar; me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré, yo que soy tu sacerdote sobre el altar de la tierra, el trabajo y la pena del mundo[3].
La fe, para este sacerdote y científico, que se deja entrever en su abandono decidido a Dios y a su providencia, se muestra sublimemente en todos las cosa que en el universo se «orquestan», para que Dios sea bendito y alabado siempre por la obra maravillosa de su creación. Es una «complejidad-conciencia», que especialmente el hombre debe esforzarse por reconocer en la vida cotidiana y en al hacer continuo de cada uno de sus días, como prolongación de la obra creadora de Dios.
Sus detractores lo criticaron de panteísta, más su combinación de las ciencias astronómicas, teológicas y filosóficas, nos hacen entender hoy su clara posición del universo. La marcada posición de Darwin, en la llamada «generación de las especies», o «selección natural», toman en él otro rumbo. Con los escritos e investigaciones del Padre Teilhard, nos acercamos de manera casi insuperable a una posición, que si bien causaba en su momento incomodidad, hoy es una acertada estructuración de un método que con rigurosidad y «mística», hacen como ninguno otro, toda una contestación a la altura de quien se preciaba ser, hijo de Dios por el bautismo y ministro de la Iglesia por su llamada a la vocación sacerdotal[4].
En el sacerdote Teilhard, vemos un esfuerzo para ser comprendido, no en función de un capricho personal, sino en función de una teoría que tendría que acoger caminos universales para la asimilación de un Dios Creador. Este ser supremo, que todo lo hace bien, ha dado el impulso primero al universo y en su infinita bondad ha dejado que el «Adán», el hombre hecho a su imagen y semejanza, sea el continuador de su obra, en libertad y conciencia, siguiendo siempre un solo hilo conductor, este es, el Amor, con el cual Él nos amo primero[5].
Los días de Teilhard como sacerdote, seguramente fueron plenos, no faltaron la incomprensión, la persecusión, el prejuicio ante su obra e investigación, lo que seguramente marcó profundidad, un camino de la cruz, que bellamente describe en uno de sus «Pensamientos»:
Señor, ya que nunca he dejado de buscarte y de colocarte en el corazón de la materia universal con todo el instinto y en todas las circunstancias de mi vida, tendré la satisfacción de cerrar mis ojos en el deslumbramiento de una transparencia universal y de un Abrazo universal...[6]
La cruz, para Teilhard, es humanización por la fe y la esperanza, es el bálsamo que Dios en su infinito Amor ha querido compartir, aún, en el sacrificio de su propio Hijo. Por lo tanto ella no debe ser tristeza ni sufrimiento, debe ser plenitud, camino, seguridad en la fe, «exceso» desgarrador del mal, y perenne «ascender, ascender hacia la luz, que no se extingue, ni apaga»[7].
Entre los rasgos sacerdotales de Teilhard debe buscarse especialmente esa sensibilidad que como Jesuita tenía por la investigación del mundo que Dios ha creado. Así lo sigue expresando en sus «pensamientos»:
En la medida de mis fuerzas, puesto que soy sacerdote, de ahora en adelante quiero ser el primero en adquirir conciencia de lo que el mundo ama, persigue, sufre; el primero en buscar, en simpatizar, en sufrir; el primero en abrirme como una flor y en sacrificarme más intensamente humano y más noblemente terrestre que ningún otro servidor del mundo[8].
La ciencia para Teilhard significó todo un proceso de aprendizaje para su vida y su ministerio. Su vena jesuita le hace entender como su inteligencia y capacidades debían ser puestas al servicio de la comunidad y de la Iglesia universal. En el libro citado de Georges la Fay, así se expresa:
En realidad lo que debería hacer reflexionar seriamente a los superiores antes de enviar a un joven al laboratorio, no es el miedo a que a que desarrollen un “espíritu crítico”, cuanto la certidumbre de exponerlo al fuego de una nueva fe (la fe en el hombre) a la que no está probablemente acostumbrado.[9]
Desde muy joven se interesó por las ciencias naturales, la contemplación del cosmos y la composición del universo. Fue en la comunidad Jesuita, donde alcanza mayor desarrollo su inquietud. Realizó múltiples viajes (por África, Asia, Norte América, China, etc.), en los que con un espíritu científico se percató en cada uno de lo que pretendía lograr con sus investigaciones. El universo, el cosmos con todo lo que contiene, los hallazgos paleontológicos, la tierra y su grito constante por ser reconocida, todo esto lo apasionó hasta su misma muerte.
La interpretación del mundo como visión global, en donde caben todos los términos: Origen, desarrollo, aparición, tierra, cielo, estrellas, física, vida, muerte, materia, espíritu, evolución, convergencia, conciencia, fenómeno, Cristificación, «todo sube, todo converge», etc; hicieron de este hombre, uno de los grandes científico de la primera mitad del siglo XX.[10]
El padre Teilhard, no fue en el sentido estricto un filósofo ni un teólogo. su objetivo poco a poco fue claramente científico. Quiso aplicar el postulado de la evolución universal a todo fenómeno espacio-temporal. Este postulado no es el de cualquier evolución, sino el de la evolución convergente, entendida esta en un sentido filosófico-teológico preciso y claro en donde «convergen» todas las realidades físicas, biológicas, psicológicas, sociológicas, humanas y divinas, creadas e increadas. Una evolución que va de lo simple a lo complejo, de la conciencia al espíritu, de lo biológico a lo antropológico, y de éste a lo eminentemente «teológico», es decir, lo Crístico.[11]
Teilhard, comprendió que el paso del hombre por la tierra pertenece a Dios. Que sólo él en su infinita bondad pudo hacer algo tan maravilloso; que el punto de partida (Alfa), y el punto de llegada (Omega), solo pertenecían a él. En su libro la vida cósmica afirma:
«Amo el universo, en el amo la tierra; y entre la tierra y el universo, amo a Dios, principio y fin de todo cuanto existe, Él, el solo origen, la sola salida, el solo término».[12]
El padre Teilhard propone para la humanidad y para la ciencia un camino más amplio en la comprensión del fenómeno «darwiniano». Sin pretender disputar la tesis de este, avanza hacia un análisis menos reduccionista del problema «creacionismo-finitud», desde las ciencias, versus, «creador-eternidad», desde la teología. Allí Teilhard, encuentra el enclave preciso para delinear una teoría más justa, en donde se le de el puesto tanto a las ciencias como a la teología.
Teilhard es geólogo y como tal conoce la tierra -la ama-; es paleontólogo por lo que sus hallazgos no solo se quedan en el orden de lo implícitamente científico, sino que yendo más allá, sabe que lo encontrado, sea animal, hombre o cosa, tiene una historia, que incluso traspasan el tiempo y la «finitud». «Traspasar», es evidenciar que surge una nueva visión, que desde una teleología, no es el fin por el fin. Existe el fin por la salvación mía y del otro, es la construcción de una tierra nueva, siempre «prometida», en donde seamos todos abono para la segunda venida de Cristo. Así lo afirma Galleni:
Naturalmente esto excede la competencia del científico o del investigador dedicado al campo de las relaciones entre ciencia y teología, para entrar en un campo específico de la teología, ya que la parusía debe ser un campo de investigación solamente de la teología. Sin embargo, no caben dudas de que esta visión teilhardiana es el intento más importante de conciliar la teología con la evolución biológica.[13]
Capítulo II
Ciencia y fe en Teilhard de Chardin
En el diálogo de hoy entre ciencia y fe, se hace imprescindible la obra de Teilhard de Chardin, pues señala caminos seguros de aprehensión, en una muy basta asimilación del método científico por un lado, y de renovación de una teología que en diálogo con el mundo moderno, sabe recoger y reinterpretarlo en una perfecta sintonía, así lo afirma Galleni: «Un elemento fundamental para el progreso de la ciencia está representado por el influjo que la teología y la filosofía tienen sobre los científicos y sobre las hipótesis que estos elaboran»[14].
1. Ciencia y fe, entre el análisis y la síntesis
El padre Teilhard de Chardin aborda el tema de las relaciones entre ciencia y fe desde la perspectiva que encuadra armónicamente el paralelismo entre análisis y síntesis, ciencia y Cristo.
Esta presentación el padre Teilhard la introduce analizando la agitada historia que a lo largo de los siglos ha tenido la relación entre ciencia y Religión. Según uno de sus análisis la apologética y sus tentativas de acercamiento a las ciencias no siempre se han encaminado por las vías mas equilibradas:
unas veces los apologetas se han opuesto a descubrimientos incontestables; otras, han intentado extraer deductivamente, de hechos científicos, conclusiones filosóficas o teológicas que el estudio de los fenómenos es incapaz de dar[15].
El papel que históricamente, según su análisis, ha desempeñado en algunos ambientes religiosos la ciencia ha sido presentado en ocasiones como una fuerza tentadora del mal, y, paradójicamente en otros momentos como una luz divina, un esfuerzo muy noble propuesto a la ambición humana. Ante esta relación paradójica, Teilhard, sacerdote y cristiano convencido, y al mismo tiempo, científico y riguroso investigador, propone con sus estudios y sus teorías una doble vía que invita a acoger y a amar cristianamente a la Ciencia.
Esta doble vía parte del hecho del reconocimiento de la limitación de las Ciencia por un lado para conocer en sus métodos de análisis, que se limitan solo a la campo fenomenológico, las realidades divinas, lo cual, según su presentación, no es motivo para pensar que, haciendo un camino de análisis profundo de los resultados, no se puede ingresar en una vía de retorno al descubrimiento de la realidad trascendente que conduce y da sentido a lo que se escapa de un análisis meramente empírico:
por ser esencialmente analítico, el estudio científico del Mundo nos hace marchar en principio en sentido inverso a las realidades divinas. Mas por otra parte, al revelarnos la estructura sintética del Mundo, esta misma penetración científica de las cosas nos hace volvernos y nos lanza, por su prolongación natural, hacia el Centro único de las Cosas, que es Dios Nuestro Señor[16].
La presentación de esa doble vía, la del estudio y el método científico del Mundo, y el camino de retorno que a partir de los resultados de un análisis teleológico del mismo condujeron a este científico a integrar el dato de la Revelación en Cristo, nos puede llevar a preguntarnos acerca de cuál era el Mundo, la Realidad, el universo que es objeto de la ciencia y que para Teilhard se convirtió en punto de referencia para entender el problema de la relación de no oposición entre Creación y Evolución.
Esta pregunta la podemos responder partiendo de los presupuestos que en una visión sistemática muy propia se ubica la concepción que el Científico Teilhard tenía del Universo.
2. El Universo para Teilhard de Chardin... su método
Para responder acerca de la pregunta sobre el universo que es objeto de su análisis, él buscó la respuesta por la vía de la ciencia y la construcción de una fenomenología científica. Esta fenomenología científica abordó la realidad desde una doble perspectiva: la cosmológica y la antropológica: Qué nos enseña el mundo acerca de su organización interna?, Cúal es el puesto del hombre en este extraño y maravilloso mundo? .
Si bien es cierto que el mundo se puede estudiar desde diversos ámbitos ( se puede, por ejemplo, entenderlo desde un punto de vista metafísico, lógico o ético) cada una de esos aspectos constituye una disciplina en sí misma. Ahora bien, cuando se llega a entender el mundo como mero fenómeno sin condicionamientos de tipo metafísico, lógico o ético, se capta «solo el fenómeno» lo cual corresponde al método que es propio de la ciencia empírica.
Ante esta realidad de método, el P. Teilhard, propone la necesidad de una sistematización de la ciencia, en donde se de un puesto al estudio del mundo como un todo, sin que por ello se abandone el plano fenomenológico. A tal empresa Teilhard de Chardin la denomina fenomenología del cosmos. [17]
Esta fenomenología se concibe como una ciencia que busca describir el universo como un fenómeno que se puede concebir en la totalidad y en interna y perfecta coherencia, para poder, de esta manera, descubrir el sentido recóndito de la totalidad. No se debe olvidar que la totalidad es más que la suma de las partes, de la misma manera, el mundo es más que la suma de todos los seres que en el podemos encontrar, y en consecuencia no es suficiente una imagen del mundo a partir de los diversos resultados de las diversas ciencias naturales.
Teilhard de Chardin insiste en que es necesario una ciencia que se ocupe de la totalidad del fenómeno cósmico y busque encontrar su dinámica interna, a la cual se llega por los resultados obtenidos a partir de las diversas ciencias que se desempeñan en sus respectivos campos, aunque buscando converger en una visión específica y unitaria[18]. El estudio del sentido interno del fenómeno que constituye el universo, hace parte también de tal fenomenología.
Este esfuerzo de Teilhard de Chardin se caracteriza por ser el intento de expresar el mundo, en la medida de lo posible, en la totalidad y en su orientación interna, mediante la experiencia científica. Sin embargo esa concepción no puede ser un sistema cerrado y definitivo. Teilhard de Chardin está convencido de que el esquema que él traza responde de manera satisfactoria a la actual condición de la ciencia, sin que por ello no sea perfeccionable, corregible y completado[19]. Esto es así porque su fenomenología no pretende ser una descripción lo más posible exacta del universo, prescindiendo de problemas metafísicos y epistemológicos, que se remite solamente al grado de datos científicos. Al contrario, lo que se pretende es “comprender el universo en su totalidad, en su coherencia interna, en su sentido inmanente”[20] y para ello es necesario mirar el movimiento que él ha tenido en el transcurso del tiempo, es decir no entenderlo como un inmóvil, sino como una realidad dinámica.
3. El hombre y el mundo
En la construcción de una concepción del mundo, Teilhard de Chardin, paleontólogo, solo podía basarse en el hecho histórico de la evolución, y no le era dada otra posibilidad. Para él, el mundo se nos presenta no solo como un sistema en movimiento, sino como un sistema de devenir en un desarrollo[21]. En su ser más profundo el mundo representa un sistema orgánico-dinámico en via de interiorización, como un ascenso de la materia hacia la vida y de la vida hacia el espíritu.
En este desarrollo juega un rol importante el ser humano. Para Teilhard, el hombre y la tierra no se pueden considerar separadamente. Fenomenológicamente, somos una parte, un aspecto del mundo y la expresión más perfecta de las fuerzas que actuan en este mundo. En la concepción de Teilhard de Chardin el fenómeno humano tiene una importancia central para llegar a una comprensión exacta del mundo. Toda la evolución se ha dirigido hacia el hombre, siendo este su vértice y su corona. Solo desde este punto de vista será posible comprender el mundo en su esencia más profunda.[22]
En conclusión, la base de la concepción del mundo de Teilhard de Chardin es clara: el universo se presenta al observador como un fenómeno continuo a cuatro dimensiones que se extienden en el espacio y en el tiempo como un todo orgánico y coherente en evolución, y que se revela de una manera plena y perfectamente en el hombre.[23]
4. Dios y el Universo
Ante esta realización fenomenológica, podríamos desde ya esbozar la relación que en su pensamiento tienen Dios y un mundo en evolución. Ya implícitamente se ha respondido a esta pregunta en la presentación que hemos hecho de la concepción de camino convergente en un punto determinante de todas las realidades creadas.
La creación es un hecho que en su pensamiento no parte de una concepción estática del mundo, sino dinámica. La intervención de la imagen de una fuerza que sostiene el ser, y dirige el rumbo de las realidades existentes hacia un punto convergente (ω) es perfectamente compatible con su pensamiento, de hecho se encuentra en su mas profunda savia. Ahora bien, el punto principal de interferencia entre Dios y el Mundo ( en su totalidad) está, para el creyente, en la persona de Cristo.[24] Por tanto las relaciones entre trascendencia y facticidad se concretan en el acontecimiento mismo de Jesucristo. Es decir, se hace tarea imprescindible orientar la cuestión de la relación entre Dios y el mundo, en la relación entre Cristo y el mundo.[25] El P. Teilhard tiene esa intuición, la hace propia, la concentra y la elabora en su exposición científica.
Sus análisis científicos, en la línea de la doble vía que habíamos expuesto mas arriba, lo llevaron a la convicción plena de que la misma Ciencia por la impotencias mismas de su esfuerzo analítico, nos ha enseñado que en la dirección en donde las cosas se complican en la unidad, debía haber un centro supremo de convergencia y consistencia, en el que todo se enlaza y en el cual todo se liga[26]. Esa búsqueda del centro de sentido, por la vía de las conclusiones de la ciencia empírica concebida desde una perspectiva holística se halla en la persona de Cristo:
Gocemos (el término nos es demasiado fuerte) observando como Jesucristo, por su moral mas fundamental y sus atributos mas seguros, viene a llenar admirablemente este vacío marcado por la espera de toda la naturaleza.[27]
Esta observación de la persona de Cristo en cuanto a sus enseñanzas (su moral) y su ontología (atributos) como eje convergente del universo, el Padre Teilhard la presenta en los siguientes términos:
En cuanto a su moral:
Jesús nos predica la pureza, la caridad, la abnegación. ¿Pero cuál es el esfuerzo específico de la pureza, sino la concentración y la sublimación de las potencias múltiples del alma, la unificación del hombre en sí mismo? y a su vez, ¿ qué realiza la caridad , sino la fusión de los individuos múltiples en un solo cuerpo y una sola alma, la unificación de los hombres entre Sí?, y, en fin, ¿ qué representa la abnegación cristiana sino la desconcentración de cada hombre a favor de un Ser más perfecto y más amado, la unificación de todo en uno?[28]
En cuanto a su ontología:
¿Y qué es el propio Cristo? […] Cristo no es un accesorio sobreañadido al Mundo, un ornamento, un rey como el que nosotros hacemos, un propietario… Es el alfa y la Omega, el principio y el fin, la piedra del fundamento y la clave de la bóveda, la Plenitud y lo Plenificante. Él es quien consume y quién da a todo su consistencia[29].
Ante esta perspectiva unificante, el dominio esencialmente analítico de la Ciencia y el ultrasintético de la Religión, no encuentra oposición alguna, sino que desde su punto de vista se constituyen en un proyecto unificante, en un punto de convergencia que tocando las orillas de lo contingente y lo necesario pretende explicar el complejo de la realidad del Cosmos y del universo ante el cual el Hombre es observador y corona.
Capítulo III
Himno del Universo: Entre la filosofía y el Sacramento
La universalidad sobre la cual expone y vive la experiencia del llamado «Himno del Universo», hace de Teilhard uno de los mejores interpretes de una ciencia moderna, que conjugada con la teología clásica, nos deja entrever que Dios baja y no se confunde, que Dios ama y no se equivoca, que Dios asume nuestra naturaleza humana en Jesucristo su Hijo amado, para hacer de la tierra donde habitamos, «una fuente», un «cáliz», una «savia», un «fruto».[30]
El trabajo «fenomenológico» de Teilhard quiere ser una filosofía y una metafísica. Su evolución se presenta como una transformación creadora. ¿Qué es evolución humana y qué es evolución cósmica? Para Teilhard el universo está en un estado de evolución cósmica de la que la evolución humana es parte integral. Ahora bien, la evolución cósmica es consecuencia de un dinamismo intrínseco de la naturaleza, que se desarrolla desde las más simples partículas materiales, a través de los seres vivos (biosfera), a la dimensión constante del hombre (noosfera), a lo largo de la línea de complejidad-conciencia.
El interior de la materia está ligado a la complejidad, y esta a su vez, está relacionada con la «centralidad», que es una característica de la misma materia. Las dos, «complejidad» y «centralidad», constituyen la capacidad de integración de los elementos en un sistema de unidad, a mayor «complejidad», mayor «interioridad», mayor «conciencia». Es decir, el grado de conciencia aumenta al tiempo que aumenta el grado de complejidad y centricidad [31].
En el fondo, de alguna manera, de alguna manera, no deben haber actuado en el mundo más que una energía única. Y la primera idea que nos viene a la mente es la de representarnos el “alma” como un foco de transmutación, hacia el cual, a través de todas las avenidas de la naturaleza, la fuerza convergería para interiorizarse y sublimarse en belleza y en verdad [32].
Teilhard rechaza todo dualismo materia-espíritu y presenta un concepto de materia que incluye en sí mismo una dimensión espiritual. Su concepción de la materia no parte de la consideración de las partículas más elementales de está, sino desde la evidencia de la conciencia que el hombre tiene de ella. El hombre es el centro de esta comprensión, es decir, él posee en plenitud la conciencia de ser materia «auto-conciencia», la cual a su vez no está presente en los otros seres; esto lo lleva a proponer que hay un «interior» de la materia, además de un «exterior», cuya naturaleza y funcionamiento es el objeto de las ciencias experimentales.
A este doble carácter de la materia (interior y exterior) corresponden también dos tipos de energía la «tangencial» y la «radial», La primera es la energía física, común; la segunda, es la responsable de que se de la convergencia de la evolución de la materia en la línea de una mayor complejidad y una mayor conciencia, esta es la más importante para Teilhard, por que produce la «energía espiritual», por la cual se «aumenta» en el proceso evolutivo a una mayor conciencia de «ser» y «estar en el Universo[33].
La materia para Teilhard tiene un dinamismo interno, por el cual por la línea de la complejidad la evolución procede, llegando a sistemas más complejos; desde el universo primitivo, formado por partículas elementales, a átomos, y de estos a moléculas; de allí la vida-conservando siempre la línea complejidad-conciencia, y de allí a los animales unicelulares a los mamíferos y dentro de ellos a los primates, en los que el cerebro adquiere un mayor desarrollo de complejidad.
La dimensión espiritual, crece a medida que crece la línea de complejidad, esto es, por la jerarquía de las formas de la materia. Al nivel más bajo se sitúa la materia más primitiva, y al más alto la materia con grado de espiritualización; el primero lleva a la disgregación de la materia, y el segundo a la unificación «complejidad-centricidad». Aquí aparece la dimensión de la «Noosfera», propia del hombre, corona de todo el proceso.
La noosfera, implica la libertad humana, esta a su vez debe darse a nivel planetario y a nivel cósmico; el primer nivel es el del «amor», por el cual se llega a una afinidad mutua interna, que permite amar a los otros, e irradiar la fuerza del cosmos en una única unidad de paz. El padre Teilhard escribe al respecto:
Primero, en la acción me adhiero al poder creador de Dios; coincido con él; me convierto no solo en su instrumento por el amor, sino en su prolongación viviente. Y como en un ser no hay nada más íntimo que su voluntad, en cierta manera me confundo, por mi corazón, con el propio corazón de Dios. Este contacto es perpetuo, puesto que actúo siempre; y a la vez, como no sabría hallar límite a la perfección de mi fidelidad, ni al fervor de mi intención, me permite asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez más estrechamente[34].
En esta misma línea de «complejidad-conciencia», el punto de convergencia en el que se realiza la unificación de la noosfera y en el que encuentra su culminación, es en el punto Omega, que es el mismo «hiper-personal», llamado más adelante «trascendente», que es algo así como un polo a tierra que atrae consigo toda la dispersión del cosmos, y la concentra en una «unidad-creadora», que es identificada en Teilhard con Dios[35].
Este punto Omega personal y trascendente, no es un foco pasivo, es un polo activo, que posibilita la convergencia final del universo al nivel de la noosfera, como evolución humana. Este estadio de evolución humana-cósmica, se produce por lo que llamó Teilhard «socialización», es decir, la humanidad progresa hacia una cierta unidad o se disgrega en una multiplicidad. Esta doble dirección corresponde a la espiritualización o la materialización. La primera siempre será un avance, la segunda un retroceso, entre uno y el otro, se necesita una atracción un «Alguien», que por una cierta fuerza atractiva realice la unificación final de todas las conciencias.
Teilhard identifica a Cristo con el punto Omega del universo; en la evolución misma ya se ha hecho presente Cristo mismo, él estaba desde la fundación del mundo, él es el polo de convergencia del universo, todas las cosas se identifican con él-las materiales y las espirituales-, en consecuencia Cristo no es un extranjero en el mundo, sino el verdadero punto de convergencia.
La destinación a Cristo es un favor inesperado y gratuito del creador. Sigue siendo cierto que la encarnación ha refundido tan bien el universo en lo sobrenatural, que, hablando concretamente, ya no podemos buscar, ni imaginar, hacia qué Centro hubiesen gravitado, sin la elevación a la gracia, los elementos de este mundo. En el mundo presente no existe, físicamente, más que un único dinamismo; aquel que lo vincula todo a Jesús; Cristo es el lugar al que tienden y se segregan las porciones logradas, vivientes, elegidas, del cosmos. En él, “Plenitud del Universo”, omnia creantur porque omnia uniuntur. ¡Esos son los términos mismos de la unión creadora! [36].
Siguiendo la línea de esta interpretación la cosmogénesis de la evolución se convierte en lo que Teilhard llama una «Cristogénesis», al identificar el polo de convergencia de toda la evolución con Cristo encarnado. La unidad de los hombres y a través de ellos de todo el universo en Cristo constiyuyen lo que él llama el «Cristo total» o «Cristo Cósmico». Lo que denomina como «Misa Universal», se puede entender como la conjugación del elemento «tierra», con el elemento «sacramentum», signo por el cual Dios se hace presente y visible para todos.
Ahora, Señor, por medio de la consagración del mundo, el resplandor y el perfume que flotan en el universo, adquieren para mí, cuerpo y rostro en Ti. Lo que entrevía mi pensamiento indeciso, lo que reclama mi corazón en aras de un deseo inverosímil, me lo das Tú magníficamente: Que las criaturas sean no sólo de tal modo solidarias entre sí, que ninguna pueda existir sin todas las demás que deben rodearla, sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo centro real, que una verdadera vida, sufrida en común, les proporcione en definitiva, su consistencia y su unión[37].
La idea generada en su Himno del Universo, se resume por un lado en la muestra que el padre Teilhard hace del Cristo de la mística cristiana-El consumador- y por otro lado se nos depara el polo cósmico, postulado por la ciencia moderna y exigido por el nuevo conocimiento del mundo; además muestra la plena correspondencia, entre una humanidad que tomará conciencia y un cosmos que se abrirá todo a la dimensión del espíritu-en la Parusía- como adelanto de la regeneración que todo sufrirá con la segunda venida de Cristo.
Me abandono irremisiblemente, oh Dios mío, a la tremenda empresa de desilusión que sustituirá hoy, así quiero creerlo ciegamente, mi estrecha personalidad a tu Divina presencia. A quién haya amado apasionadamente a Jesús, oculto en las fuerzas que hacen morir a la tierra, la tierra desfalleciendo lo apretará en sus brazos gigantes y con ella se despertará en el seno de Dios[38].
Capítulo IV
Cristificación del universo:
Del fenómeno humano al medio divino
Entre: «complejidad-conciencia» y «Amor sublime y Universal»
Siendo muchos los escritos del padre Teilhard, quisiera detenerme en los que han llamado sus dos principales y fundamentales momentos de su pensamiento. «Si el fenómeno humano representa esencialmente el cerebro de la construcción teilhardiana del Universo, el medio divino representa su corazón».[39]
Fenómeno humano y Medio Divino dos orillas de un mismo río, por donde pasan, génesis del universo, tierra en aparición, formación de las especies, hombre como centro y producto «único» de este proceso científico; Amor transformante y universal, «polo de atracción», humanidad «en y hacia-Cristo«, «todos en el Todo», «fuerza espiritual de la materia», «parusía y gran comunión»; términos, todos de un Jesuita que combinó la ciencia en su método empírico-teórico con su fe «libre y obediente». «En una palabra, por innovadora que sea, la obra del padre Teilhard hay que situarla en la línea de la espiritualidad ignaciana: Es una prolongación de la Comtemplatio ad amorem. Jesuita fiel y convencido, Teilhard seguirá siéndolo toda la vida» [40].
Lo escribió entre junio de 1938 y junio de 1940, luego entre 1947 y 1948 lo revisó y completó. Es un análisis fundamentalmente científico y teórico-práctico de aquello que apasionó tanto a Teilhard, «la trama del universo»[41]. Allí se expone con mirada altamente científica todo el proceso de formación del universo, su desarrollo, la aparición del hombre, y su invaluable entronque –término teilhariano- «complejidad-conciencia».
Teilhard para dar a entender su libro establece una red de relaciones científicas, que lo acercan de manera inmediata al elenco de aquellos que piensan el universo desde las mismas estructuras de espacio y de tiempo de singularidad y originalidad del cosmos. No obstante-y ahí esta lo polémico- Teilhard va más allá en la comprensión de un universo que no se detiene, y en la apreciación casi «providente», de que el cosmos, el hombre, la tierra, no son sólo el resultado de un proceso meramente «natural», como Darwin, de manera genial lo había reconocido, sino que el universo en su estructura más original y amplia poseía un secreto, «un profundo secreto», que todos podíamos conocer, siempre y cuando abriéramos nuestra inteligencia y nuestro corazón, «a descubrir que si las cosas del universo sostienen y se sostienen no es más que a fuerza de complejidad, desde arriba»[42].
Este «descubrir», es solidamente estructurado en las ciencias, que sirviéndose de la geología, la paleontología, la física, la matemática, y todas las ciencias afines procuran un desvelamiento «reconocido», de lo que es el cosmos en su inmenso trabazón y complejidad. Teilhard hace un análisis minucioso de la materia y sus componentes (moléculas, átomos, electrones), y deja ver que en lugar de separar y «pulverizar», dan por el contrario una unidad fundamental[43] al cosmos.
En esta «unidad de homogeneidad», nos encontraremos de cara con la materia en su forma estable y primitiva, esta es la Energía, que es la medida de lo que pasa de un átomo a otro en el curso de sus transformaciones, y que a su vez renovados en fenómenos radioactivos forman la más primitiva especies de flujo o «torbellinos» fugitivos del universo, esto es lo que Teilhard llama en y desde-abajo[44].
Para Teilhard el universo es en sí mismo lo que es, esto es, universo, la materia es un conjunto, solo un conjunto; el todo del universo implica una prolongación en «línea recta» hasta los mismos confines, de aquí que el átomo deja de ser microscópico y cerrado a ser «infinitesimal» del mundo mismo, «la materia en evolución». Dicha concepción da paso a un universo considerado no sólo en el «exterior», se debe mirar al «interior del universo mismo»[45] . Este interior invita a contemplar su existencia, no sólo de lo físico, sino de lo «excepcional», esto es, la pre-vida[46].
La hominización, es el salto cualitativo, por el cual, la inteligencia, como mecanismo pensante, asume la naturaleza creada y desarrollada y la organiza de tal manera que la da significación y proyección hasta llevarla del exterior al interior por la relación dada entre «complejidad-conciencia»[47].
La primera es que, con toda hipótesis y por solitario que haya aparecido, el hombre emergió de un tanteo general de la tierra. Nació, en línea directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y el valor axial de nuestra especie. No nos es necesario, en el fondo, saber nada más como satisfacción de nuestra inteligencia y para las exigencias de nuestra acción[48].
Finalmente, Teilhard hace un tanteo aproximativo desde la ciencia a lo que es su sello personal, y que definirá de manera amplia en el Medio Divino, esto es la implicación del «Amor- Energía», en la organización de una creación del universo que necesita de una «revelación suprema», para superar todas sus dudas y problemas. Este «Amor-Energía» es un hacia y adelante, donde todo confluye, todo tiene su principio y todo tendrá su fin; es el punto Alfa y Omega del cual la humanidad entera «pende» al estilo de las manecillas del reloj, con la diferencia de que aquí se tiende en-hacia-adelante con libertad y responsabilidad, hasta llegar al «alma» de la operación definitiva, en donde todo será «todo en todos». Materia transformada en energía espiritual de donde emana el bien y la paz para los pueblos, Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado[49].
El hecho de esta segunda obra es aún mucho más criticada por sus contemporáneos y todavía hoy por filósofos y físicos de la ciencia:
Paradójicamente, yo estaría tentado de decir que lo que se habría de reprochar a Teilhard no es no ser filósofo, sino tener a veces la apariencia de serlo demasiado (y, sin duda, mal). Hay sin duda en Teilhard una doble experiencia mística. La experiencia cristiana, inmensamente válida, y la experiencia cósmica a la que él llama “el sentido de la tierra[50].
El medio Divino es una compilación de aquello que como científico y sacerdote, Teilhard debía decirle a las generaciones futuras; escrito en plana madurez de su vida (1934-1942), en donde después de una basta experiencia subraya con plena lucidez y competencia:
Lo que estas páginas proponen y encierran es sólo una actitud práctica, o, más exactamente acaso, una educación de los ojos. No discutamos ¿queréis? Pero situaos, como yo, aquí y mirad. Desde este punto privilegiado que no es la cima difícil reservada a ciertos elegidos, sino la plataforma firme construida por dos mil años de experiencia cristiana, veréis con toda sencillez, operarse la conjunción de los dos astros cuya atracción diversa desorganiza vuestra fe. Sin confusiones, sin mezclas, Dios, el verdadero Dios cristiano, invadirá ante vuestros ojos el Universo[51].
Resulta claro en Teilhard, la vinculación que hace de la investigación antropológica y cristológica; la «convergencia –conciencia», no es más que la referencia al «Centro –Universal», que a su vez es energía en vía de «reflexión sobre sí misma», formando un principio generador «motor», por el cual todas las cosas son. Omega no es un centro virtual; es un centro real y existente, hacia el cual todas las cosas deben «converger»; la «Cristogénesis», es el comienzo y fin de toda obra creadora.[52]
Lo anterior contiene quizá, el germen de una revolución filosófica-científica de gran trascendencia, su principio de «hominización», antes planteado queda «acaparado» en una «fuerza energética» abierta al mundo, por la cual todo es «armonizado» y pensado, siempre y cuando el hombre, sujeto principal de la creación, se disponga por la «acción-comunión», a perfeccionar con su esfuerzo humano toda pasividad, hallada en el universo mismo, «transformando toda materia humana en una materia Divina, en virtud de la cual la interligazón Materia-Alma-Cristo, hagamos lo que hagamos, nos reporte siempre a Dios».[53]
Es clara la referencia que atraviesa todo el libro, el Amor, este es el principio totalizador de toda energía humana; el despertar de la conciencia sólo se lograra en la «ligazón» que produzca la materia con el espíritu, «ligazón» a su vez compleja y tendenciosa, pues si no se «divinizan» las cosas -las de la materia- no se logrará crear en la «conciencia» una espiral «ascendente», pues lo contrario es «descender» en condición de pecado y miseria... «de fracaso».[54]
Este Amor en su universalidad, supera el tiempo y el espacio, vence la muerte y el pecado, nos hace plenitud y unidad con Dios que es el mismo y más puro Amor. La unión con esa Providencia eficaz y santificante, «depura» toda energía maléfica, y nos hace en estados de «espiritualización gradual», aspirar siempre – como los santos- a esa unión indefectible con el Dios creador y cósmico:
Energía de mi Señor, Fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres infinitamente el más fuerte, a ti es a quien compete el papel de quemarme en la unión que ha de fundirnos juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta con que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo[55].
Conclusión
Es impresionante comprobar cuán próximos están los términos científicos y metodológicos del Padre Teilhard, con los de la época; su paso por el sacerdote y el científico nos han dejado ver la agudeza de un pensamiento que supera las barreras de lo fáctico, y nos introduce a manera de una muy original fenomenología a la comprensión del universo y su mundo.
Teilhard, afirma que es absolutamente al hombre a quien hay que consultar para estar informado acerca de él mismo; e incluso piensa que es al hombre a quien hay que consultar para comprender el universo. Es una visión antropocéntrica, que le devuelve, el carácter de importancia al protagonista principal del universo y su materia. No es el hombre una materia más, diría, es la materia de materia, elevada a la potencia de quien incluso superándola puede avanzar a estados más desarrollados, estos son, los del espíritu.
La «complejidad-conciencia», es el método empírico-trascendental, adoptado por Teilhard, en el que conjuga lo que de origen y desarrollo somos en las distintas etapas del universo, llegando por la conciencia en su estado de desarrollo máximo a poseer el universo, no como una propiedad, sino como un préstamo, al cual hay que cuidar, amar, servir; porque «amando, sirviendo, cuidando» el universo, perpetuamos la obra inmensa del creador.
Sus estudios geológicos, paleontológicos, astronómicos, nos sitúan frente al reto de las ciencias, que en su método empírico-positivista, quieren agotar el discurso de la generación del mismo universo y la materia; no obstante Teilhard muestra que se puede llegar más allá sin obstruir la ciencia, se puede mirar hacia delante, incluso superando estados tan degradantes como el pecado y la desigualdad de los pueblos, causa de este primero. En el ir en-hacia-adelante, esta la visión no solo del Santo que lo es por sus virtudes terrenales, sino la de todos que de una u otra manera participamos del bautismo universal que Dios le ha dado a la tierra con la entrega de su Hijo Jesucristo en la Cruz.
En el Amor se produce la comprensión más universal del cosmos; el punto Alfa y Omega son punto de partida y de llegada de un fenómeno que no sólo es natural, sino Divino; es el proyecto de Dios creando y llevando a término su obra, que continúa en nosotros, y que en nosotros debe adquirir plenitud y consistencia. La evolución cósmica debe converger hacia un punto en donde todo sea en todo, esto es, Jesucristo El Señor.
Teilhard como ninguno en un momento privilegiado de la historia (mitad del siglo XX), propone un acercamiento diáfano y veraz entre ciencia y fe; es el resurgir y poner en práctica aquello que Santo Tomás llamó las dos alas de un mismo espíritu; acercar fe y razón, religión y ciencia fue un trabajo ingente, de alguien que como científico y sacerdote entendió -quizás- antes que los mismos del concilio Vaticano II, que dialogar como cristianos en este mundo moderno, necesita de una muy clara concepción del cosmos y sus misterios, del mundo y su desarrollo, del hombre y su conciencia.
Bibliografía
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Domenach, J-M., Teilhard de Chardin y el personalismo, España, 1967.
Galleni, L., Ciencia y Teología, propuestas para una síntesis fecunda, Buenos
Aires, 2007.
La Fay, G., Teilhard de Chardin. Síntesis de su pensamiento, España, 1967.
Meinvielle, J., Teilhard de Chardin, o la religión de la evolución, Buenos Aires
1965.
Teilhard De Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid, 1967.
———,Pensamientos escogidos, Madrid 1967
———, Ciencia y Cristo, Taurus, Colección ensayistas de Hoy, Madrid 1968
———, El Medio Divino, Madrid, 1967.
———, El Porvenir del Hombre, Madrid, 1967.
———, Escritos en tiempo de guerra, Madrid, 1967.
———, Himno del Universo, Madrid, 1967.
Wildiers, N. M., Introduzione a Teilhard de Chardin, Bompiani, Milano 1964
[4] «Desde hace cincuenta años, lanzados al azar, sacerdotes-investigadores y sacerdotes-obreros, han sentido como yo, y más o menos como yo, y cada uno por su cuenta ha intentado resolver el problema»: G. La Fay, Teilhard de Chardin. Síntesis de su pensamiento, 19.
[7] Teilhard De Chardin, El medio divino..., 106.
[8] Teilhard De Chardin, P., Pensamientos escogidos..., 135.
[11] Teilhard De Chardin, P., El fenómeno humano..., 357-358
[12] Teilhard De Chardin, P., La Vida Cósmica, 5
[13] Galleni, L., Ciencia y teología..., 20
[14] Galleni L., Ciencia y teología..., 102
[15] TEILHARD DE CHARDIN P., Ciencia y Cristo, Taurus, Colección ensayistas de Hoy, Madrid 1968, 43
[16] ibid
[17] Wildiers, N. M., Introduzione a Teilhard di Chardin, Bompiani, Milano 1964, 28
[18] Ibíd., 29
[19] Ibíd., 31
[20] Ibid., 32
[21] Ibíd., 41
[22] Ibid., 42
[23] Ibíd., 43
[24] TEILHARD DE CHARDIN P., Ciencia y Cristo ..., 24
[25] Ibid
[26] Ibid
[27] Ibid, 56
[28] Ibid
[29] Ibid., 57
[35] Ibid., 211-212
[37] Teilhard De Chardin, P., Himno del Universo..., 23
[38] Ibid., 30-31
[39] Teilhard De Chardin, P., El Medio Divino..., 18.
[41] Teilhard De Chardin, P., El fenómeno Humano..., 53
[47] Ibid., 200
[51] Teilhard De Chardin, P., El medio Divino..., 31
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