domingo, 29 de mayo de 2011

Teilhard de Chardin: Un hombre entre la ciencia y la fe

Introducción


La obra del Padre Teilhard de Chardin representa para la ciencia y para la humanidad, una pieza de invaluable riqueza. Como hombre, sacerdote y científico supo leer la realidad «fenoménica» como un anticipo de las realidades «eternas» y sobrenaturales.

El presente trabajo, quiere mostrar en el contexto del diálogo ciencia-fe, una aproximación sincera y coherente de un análisis que se hace cada día más difícil: el análisis de las realidades terrenas, miradas desde la vivencia de un cristiano que combina, en este caso su inteligencia empírica, con su sabiduría en la fe. Este es Teilhard, el Jesuita que se atrevió de manera seria y equilibrada-no obstante sus muchos obstáculos- a decirle a la humanidad, que el mundo  no es  solamente  un subsistente  que  se explica por sí mismo sino  que  en  su complejidad, en su estructura  interna,  en su  orden  y perfeccionamiento,  evidente  para quien tiene  un acercamiento a él desde un  punto de vista  fenoménico,  y en el que descubre a  la  vez un proceso natural  histórico y ascendente,  solo puede ser explicado  a partir de un principio organizador  que se constituye  al mismo tiempo  su punto de convergencia  y de arrivo. 

Este   principio  organizador, desde  la  fe de Teilhard tiene  su  concresión en un Padre y Señor que desde siempre lo pensó así, y que en la plena libertad que nos ha dado, quiere que lo alabemos y le demos gracias por su obra creadora.

El primer capítulo reflexiona acerca de  la persona del padre Teilhard como sacerdote y científico; hace un recuento –somero- de su vida y obra, y muestra ante todo la capacidad que como científico tenía de analizar la realidad y proponer esquemas «revolucionarios» para ella misma, señalando que la ciencia en su hacer es un ejercicio no solo de la razón que comprende y asiente, sino ante todo, y como lo más importante, es  la gran oportunidad que el mismo Dios nos ha posibilitado realizar  para llegar a  un estado de  autocomprensión  y  autodescubrimiento de nosotros mismos. Igualmente, el capítulo quiere referirse a esa dimensión sacerdotal, de la cual participa en bondad del mismo Dios, como Jesuita y miembro de la Iglesia, en la cual también fue incomprendido y muchas veces rechazado

Seguidamente se dará una introducción metódica sobre la concepción que el Padre Teilhard tenía de la ciencia en su relación con la fe. Para ello se descubrirá cuál era la visión novedosa que el Padre Teilhard pretendió exponer acerca de la realidad, desde la ventana de lo que él denominó   «fenomenología del cosmos», para así comprender de una manera global cuál es el pueto de la fe en Cristo Jesús expuesta en su sistema de pensamiento.

El capítulo Tercero,  pretende ampliar esa dimensión que como sacerdote, hace de Teilhard un «místico» y un profeta. Sin lugar a dudas, la pretensión aquí, no es sólo la de lograr una insinuación a una «defensa» de su espiritualidad, sino ante todo es la de profundizar la novedad de sus términos.  Contemplar el «Himno del Universo» es acercarnos a una línea común entre la ciencia y el sacramento. Ciencia, porque es un canto al universo mismo que con todas sus cualidades y defectos orquesta en un sinfín de preguntas y respuestas; y sacramento, porque las continuas referencias al «hacer de Dios», lo convierten en un cántico, casi salmodial de una nueva «Teofanía» o manifestación de Dios, siempre operante y actual.

Para finalizar se hará una  presentación de dos de sus principales obras: El fenómeno humano y el Medio Divino. En ellas se muestra la capacidad racional, empírica y «reverencial» de un escritor que es ante todo, escritor de ciencia y depositario de verdades del universo, las cuales pudo presentar en términos propios, inteligibles y adecuados. La ciencia es su pasión, la materia su instrumento, la tierra su casa, el Amor su dimensión más trascendental, y Dios por su puesto Dios, su Todo.


Capítulo I

Teilhard de Chardin:

El Sacerdote y el Científico



«El medio Divino es exactamente yo mismo»[1], escribía en el prólogo de su libro titulado de la misma manera (el medio divino) en 1934, el sacerdote jesuita, Geólogo y  paleontólogo Teilhard de Chardin. Con innumerables publicaciones científicas, pero ante todo con una gran sensibilidad por el mundo, el padre Teilhard  escribe acerca de  la realidad  física contemplando desde una perspectiva particular  su futuro, su realización y plenitud desde la tierra, desde donde  también debemos mirar con esperanza y amor al hacedor de todo, principio y fin del universo[2]. Su trabajo llegó incluso a ser incomprendido, y hasta perseguido, pues suponía un cierto peligro en la comprensión teológica de temas tan amplios y debatidos como El pecado original, la constitución del universo, la visión teleológica, etc.

Una de las obras que mejor resume su legado sacerdotal y pastoral-aunque también criticada- es La Misa sobre el Mundo, donde comienza afirmando:

Ya que, una vez más, Señor, como en los bosques del Aisne, también en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar; me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré, yo que soy tu sacerdote sobre el altar de la tierra, el trabajo y la pena del mundo[3].

La fe, para este sacerdote y científico, que se deja entrever en su abandono decidido a Dios y a su providencia, se muestra sublimemente en todos las cosa que en el universo se «orquestan», para que Dios sea bendito y alabado siempre por la obra maravillosa de su creación. Es una «complejidad-conciencia», que especialmente el hombre debe esforzarse por reconocer en la vida cotidiana y en al hacer continuo de cada uno de sus días, como prolongación de la obra creadora de Dios.

Sus detractores lo criticaron de panteísta, más su combinación de las ciencias astronómicas, teológicas y filosóficas, nos hacen entender hoy su clara posición del universo. La marcada posición de Darwin, en la llamada «generación de las especies», o «selección natural», toman en él otro rumbo.  Con los escritos e investigaciones del Padre Teilhard, nos acercamos de manera casi insuperable a una posición, que si bien causaba en su momento incomodidad, hoy es  una acertada estructuración de un método que con rigurosidad y «mística», hacen como ninguno otro, toda una contestación a la altura de quien se preciaba ser, hijo de Dios por el bautismo y ministro de la Iglesia por su llamada a la vocación sacerdotal[4].

En el sacerdote Teilhard, vemos un esfuerzo para ser comprendido, no en función de un capricho personal, sino en función de una teoría que tendría que acoger caminos universales para la asimilación de un Dios Creador.  Este ser supremo, que todo lo hace bien,  ha dado el impulso primero al universo y  en su infinita bondad ha dejado que el «Adán», el hombre hecho a su imagen y semejanza, sea el continuador de su obra, en libertad y conciencia, siguiendo siempre un solo hilo conductor, este es, el Amor, con el cual Él nos amo primero[5].

Los días de Teilhard como sacerdote, seguramente fueron plenos, no faltaron la incomprensión, la persecusión, el prejuicio ante su obra e investigación, lo que seguramente marcó profundidad, un camino de la cruz, que bellamente describe en uno de sus «Pensamientos»:

Señor, ya que nunca he dejado de buscarte y de colocarte en el corazón de la materia universal con todo el instinto y en todas las circunstancias de mi vida, tendré la satisfacción de cerrar mis ojos en el deslumbramiento de una transparencia universal y de un Abrazo universal...[6]

La cruz, para Teilhard, es humanización por la fe y la esperanza, es el bálsamo que Dios en su infinito Amor ha querido compartir, aún, en el sacrificio de su propio Hijo. Por lo tanto ella no debe ser tristeza ni sufrimiento, debe ser plenitud, camino, seguridad en la fe, «exceso» desgarrador del mal, y perenne «ascender, ascender hacia la luz, que no se extingue, ni apaga»[7].

Entre los rasgos sacerdotales de Teilhard  debe buscarse especialmente  esa sensibilidad que como Jesuita tenía por la investigación del mundo que Dios ha creado. Así lo sigue expresando en sus «pensamientos»:

En la medida de mis fuerzas, puesto que soy sacerdote, de ahora en adelante quiero ser el primero en adquirir conciencia de lo que el mundo ama, persigue, sufre; el primero en buscar, en simpatizar, en sufrir; el primero en abrirme como una flor y en sacrificarme más intensamente humano y más noblemente terrestre que ningún otro servidor del mundo[8].


La ciencia para Teilhard significó todo un  proceso de aprendizaje para su vida y su ministerio. Su vena jesuita le hace entender como su inteligencia y capacidades debían ser puestas al servicio de la comunidad y de la Iglesia universal. En el libro citado de Georges la Fay, así se expresa:

En realidad lo que debería hacer reflexionar seriamente a los superiores antes de enviar a un joven al laboratorio, no es el miedo a que a que desarrollen un “espíritu crítico”, cuanto la certidumbre de exponerlo al fuego de una nueva fe (la fe en el hombre) a la que no está probablemente acostumbrado.[9]

Desde muy joven se interesó por las ciencias naturales, la contemplación del cosmos y la composición del universo. Fue en la comunidad Jesuita, donde alcanza mayor desarrollo su inquietud. Realizó múltiples viajes (por África, Asia, Norte América, China, etc.), en los que con un espíritu científico se percató  en cada uno de lo que pretendía lograr con sus investigaciones.  El universo, el cosmos con todo lo que contiene, los hallazgos paleontológicos, la tierra y su grito constante por ser reconocida,  todo esto lo apasionó hasta su misma muerte.

La interpretación del mundo como visión global, en donde caben todos los términos: Origen, desarrollo, aparición, tierra, cielo, estrellas, física, vida, muerte, materia, espíritu, evolución, convergencia, conciencia, fenómeno, Cristificación, «todo sube, todo converge», etc; hicieron de este hombre, uno de los  grandes científico  de la primera mitad del siglo XX.[10]

El padre Teilhard, no fue en el sentido estricto un filósofo ni un teólogo. su objetivo poco a poco fue claramente científico. Quiso aplicar el postulado de la evolución universal a todo fenómeno espacio-temporal. Este postulado no es el de cualquier evolución, sino el de la evolución convergente, entendida esta en un sentido filosófico-teológico preciso y claro en donde «convergen» todas las realidades físicas, biológicas, psicológicas, sociológicas, humanas y divinas, creadas e increadas. Una evolución que va de lo simple a lo complejo, de la conciencia al espíritu, de lo biológico a lo antropológico, y de éste a lo eminentemente «teológico», es decir, lo Crístico.[11]

 Teilhard, comprendió que el paso del hombre por la tierra pertenece a Dios. Que sólo él en su infinita bondad pudo hacer algo tan maravilloso; que el punto de partida (Alfa), y el punto de llegada (Omega), solo pertenecían a él. En su libro la vida cósmica afirma:

«Amo el universo, en el amo la tierra; y entre la tierra y el universo, amo a Dios, principio y fin de todo cuanto existe, Él, el solo origen, la sola salida, el solo término».[12]

El padre Teilhard propone para la humanidad y para la ciencia un camino más amplio en la comprensión del fenómeno «darwiniano». Sin pretender disputar la tesis de este, avanza hacia un análisis menos reduccionista del problema «creacionismo-finitud», desde las ciencias, versus, «creador-eternidad», desde la teología. Allí Teilhard, encuentra el enclave preciso para delinear una teoría más justa, en donde se le de el puesto tanto a las ciencias como a la teología.

Teilhard es geólogo y como tal conoce la tierra -la ama-; es paleontólogo por lo que sus hallazgos no solo se quedan en el orden de lo implícitamente científico, sino que yendo más allá, sabe que lo encontrado, sea animal, hombre o cosa, tiene una historia, que incluso traspasan el tiempo y la «finitud». «Traspasar», es evidenciar que surge una nueva visión, que desde una teleología, no es el fin por el fin. Existe  el fin por la salvación mía y del otro, es la construcción de una tierra nueva, siempre «prometida», en donde seamos todos abono para la segunda venida de Cristo. Así lo afirma Galleni:

Naturalmente esto excede la competencia del científico o del investigador dedicado al campo de las relaciones entre ciencia y teología, para entrar en un campo específico de la teología, ya que la parusía debe ser un campo de investigación solamente de la teología. Sin embargo, no caben dudas de que esta visión teilhardiana es el intento más importante de conciliar la teología con la evolución biológica.[13]



Capítulo II
Ciencia  y  fe  en Teilhard  de Chardin

En el diálogo de hoy entre ciencia y fe, se hace imprescindible la obra de Teilhard de Chardin, pues señala caminos seguros de aprehensión, en una muy basta asimilación del método científico por un lado, y de renovación de una teología que en diálogo con el mundo moderno, sabe recoger y reinterpretarlo en una perfecta sintonía, así lo afirma Galleni: «Un elemento fundamental para el progreso de la ciencia está representado por el influjo que la teología y la filosofía tienen sobre los científicos y sobre las hipótesis que estos elaboran»[14].


1.        Ciencia y fe, entre el análisis y la síntesis

El padre Teilhard de Chardin  aborda el tema de las relaciones entre ciencia   y  fe   desde la perspectiva que encuadra  armónicamente  el  paralelismo entre análisis  y síntesis,  ciencia  y Cristo.

Esta  presentación  el padre Teilhard  la  introduce  analizando   la  agitada historia que  a lo  largo  de los  siglos  ha  tenido la  relación   entre  ciencia  y  Religión.   Según  uno de sus  análisis  la apologética  y  sus  tentativas  de acercamiento a las ciencias no siempre se han encaminado por las vías mas  equilibradas:

  unas  veces los apologetas se han  opuesto a  descubrimientos  incontestables; otras, han intentado  extraer deductivamente, de  hechos  científicos, conclusiones filosóficas  o  teológicas que el estudio de los fenómenos  es incapaz de dar[15].

El  papel  que históricamente, según su análisis, ha desempeñado   en  algunos  ambientes religiosos  la ciencia  ha sido   presentado  en ocasiones  como  una  fuerza  tentadora del  mal,   y, paradójicamente en otros  momentos  como  una luz divina,  un esfuerzo muy noble  propuesto a la  ambición humana.  Ante  esta relación  paradójica, Teilhard,  sacerdote  y cristiano convencido, y  al mismo  tiempo,  científico y  riguroso investigador,  propone   con sus estudios  y sus teorías  una  doble   vía  que invita a  acoger  y a  amar cristianamente  a la Ciencia.  

Esta doble vía parte del hecho del reconocimiento  de la  limitación de las Ciencia  por un  lado para  conocer en sus  métodos  de análisis,   que se limitan solo a la campo fenomenológico, las  realidades divinas,  lo cual,  según  su presentación,  no es motivo  para pensar que,  haciendo  un camino de análisis  profundo de los resultados,  no  se puede  ingresar  en una  vía  de retorno  al descubrimiento de la  realidad  trascendente  que   conduce  y da  sentido  a lo que  se escapa de un análisis  meramente empírico:

por  ser  esencialmente  analítico,  el estudio científico del  Mundo nos  hace marchar  en principio en sentido inverso a  las  realidades  divinas.  Mas  por  otra parte,  al revelarnos la  estructura  sintética del  Mundo, esta misma  penetración  científica de las cosas  nos  hace  volvernos y nos  lanza, por  su prolongación  natural,  hacia  el Centro  único  de las  Cosas, que es Dios  Nuestro Señor[16].

La  presentación de esa doble  vía,  la del estudio  y el método científico  del  Mundo,   y el  camino de retorno que  a partir de los resultados de  un  análisis  teleológico del mismo  condujeron a este científico a integrar el dato  de  la  Revelación en Cristo,  nos puede llevar a preguntarnos  acerca de cuál  era el Mundo, la Realidad, el universo que es  objeto de la  ciencia  y que para Teilhard  se convirtió  en punto de  referencia  para  entender  el  problema de  la relación de  no oposición  entre   Creación y  Evolución.

Esta  pregunta  la  podemos responder partiendo  de los presupuestos  que  en una visión sistemática muy propia  se  ubica la  concepción que el Científico Teilhard  tenía  del Universo.

2.    El Universo para Teilhard de Chardin...  su método

Para  responder  acerca de la pregunta  sobre el  universo que es  objeto de su análisis, él buscó la respuesta por la vía de la ciencia y la construcción de una fenomenología científica.  Esta  fenomenología  científica  abordó  la realidad  desde  una  doble  perspectiva: la cosmológica y la antropológica:  Qué nos enseña el mundo acerca de su organización interna?, Cúal es el puesto del hombre en este extraño y maravilloso mundo? .

Si bien es cierto que el mundo se puede estudiar desde diversos ámbitos ( se puede, por ejemplo, entenderlo desde un punto de vista metafísico,  lógico o ético)  cada una de esos aspectos constituye una disciplina en sí misma. Ahora  bien, cuando se llega a entender el mundo como mero fenómeno sin condicionamientos de tipo metafísico, lógico o ético,  se capta  «solo el fenómeno»  lo cual  corresponde al método que es propio de la ciencia empírica.

Ante  esta realidad de  método, el P. Teilhard, propone la necesidad  de una  sistematización de la ciencia, en donde se de un puesto  al estudio del mundo como un todo, sin que por ello se abandone el plano fenomenológico. A tal empresa Teilhard de Chardin la denomina fenomenología del cosmos. [17]

Esta fenomenología  se concibe como  una ciencia que busca  describir  el universo como un fenómeno que se puede concebir  en la totalidad y en interna y perfecta coherencia, para poder, de esta manera, descubrir el sentido recóndito de la totalidad.  No se debe olvidar que la totalidad es más que la suma de las partes,  de la misma manera,  el mundo es más que la suma de todos los seres que en el podemos encontrar, y en consecuencia no es suficiente una imagen del mundo a partir de los diversos resultados de las diversas ciencias naturales.

Teilhard de Chardin  insiste  en que es necesario una ciencia que se ocupe de la totalidad del fenómeno cósmico y busque encontrar su dinámica interna, a la cual se llega por los resultados obtenidos a partir de las diversas ciencias  que se desempeñan en sus respectivos campos, aunque buscando converger en una visión específica y unitaria[18].   El estudio del sentido interno del fenómeno que  constituye el universo, hace parte también de tal fenomenología.

Este esfuerzo de  Teilhard de Chardin se caracteriza por ser el intento de expresar  el mundo, en la medida de lo posible, en la totalidad y en su orientación interna, mediante la experiencia científica.  Sin embargo  esa concepción no puede ser un sistema cerrado y definitivo. Teilhard de Chardin está convencido de que el esquema que él traza responde de manera satisfactoria a la actual condición de la ciencia, sin que por ello no sea perfeccionable, corregible y completado[19].    Esto es así porque su fenomenología no pretende ser una descripción lo más posible exacta del universo, prescindiendo de problemas metafísicos y epistemológicos, que se remite solamente al grado de datos científicos.  Al contrario, lo que se pretende es “comprender el universo en su totalidad, en su coherencia interna, en su sentido inmanente”[20] y para ello es necesario mirar el movimiento que él ha tenido en el transcurso del tiempo, es decir no entenderlo como un inmóvil, sino como una realidad dinámica.




3.    El hombre  y el mundo

En la construcción de una concepción del mundo, Teilhard de Chardin, paleontólogo, solo podía basarse en el hecho histórico de la evolución, y no le era dada otra posibilidad. Para él, el mundo se nos presenta no solo como un sistema en movimiento, sino como un sistema de devenir en un desarrollo[21]. En su ser más profundo el mundo representa un sistema orgánico-dinámico  en via de interiorización, como un ascenso de la materia hacia la vida y de la vida hacia el espíritu.

En este desarrollo  juega  un  rol  importante el ser humano. Para Teilhard, el hombre y la tierra no se pueden considerar separadamente. Fenomenológicamente, somos una parte, un aspecto del mundo y la expresión más perfecta de las fuerzas que actuan en este mundo.  En la concepción de Teilhard de Chardin el fenómeno humano tiene una importancia central para llegar a una comprensión exacta del mundo.  Toda la evolución se ha dirigido hacia el hombre, siendo este su vértice y su corona. Solo desde este punto de vista será posible comprender el mundo en su esencia más profunda.[22]

En conclusión, la base de la concepción del mundo de Teilhard de Chardin es clara: el universo se presenta al observador como un fenómeno continuo a cuatro dimensiones que se extienden en el espacio y en el tiempo como un todo orgánico y coherente en evolución, y que se revela de una  manera plena y perfectamente en el hombre.[23]

4.    Dios  y el Universo

Ante  esta realización  fenomenológica,  podríamos  desde ya esbozar la  relación que  en su pensamiento  tienen  Dios  y un  mundo en evolución.  Ya  implícitamente  se  ha respondido a  esta pregunta en la  presentación  que hemos hecho de la  concepción  de  camino  convergente  en  un punto  determinante de todas las  realidades  creadas. 

La  creación  es un  hecho  que  en su pensamiento  no  parte de una  concepción  estática del  mundo,  sino dinámica.  La  intervención   de   la  imagen  de una  fuerza que  sostiene el ser,  y dirige el rumbo de las realidades  existentes  hacia un punto  convergente (ω) es perfectamente  compatible con su pensamiento,  de hecho  se encuentra   en   su  mas  profunda  savia.  Ahora  bien,  el punto  principal de interferencia  entre  Dios  y el Mundo ( en su totalidad) está, para el creyente,  en la persona de Cristo.[24]  Por tanto las  relaciones entre trascendencia  y facticidad  se concretan en el  acontecimiento  mismo de Jesucristo.  Es decir,  se hace  tarea  imprescindible  orientar la  cuestión  de la  relación  entre Dios y el mundo,  en la  relación  entre  Cristo  y el mundo.[25]    El P. Teilhard  tiene  esa  intuición, la  hace propia, la  concentra  y la elabora  en  su exposición  científica.

Sus  análisis   científicos,  en la línea de la  doble  vía   que   habíamos expuesto mas arriba,  lo  llevaron a la  convicción plena  de que la misma   Ciencia  por  la impotencias mismas de  su esfuerzo analítico, nos ha  enseñado que  en la dirección  en  donde las cosas se complican en la unidad,  debía  haber un centro supremo de  convergencia y consistencia, en el que todo se enlaza y en el cual  todo se liga[26].   Esa   búsqueda  del centro de sentido, por la vía de las conclusiones de la   ciencia  empírica  concebida desde una perspectiva  holística  se  halla  en la persona de Cristo:

Gocemos (el término nos es demasiado  fuerte) observando como Jesucristo, por su moral mas  fundamental y sus atributos mas seguros,  viene a llenar admirablemente este vacío  marcado  por la espera de toda  la naturaleza.[27]


Esta  observación de la persona de Cristo  en  cuanto a  sus  enseñanzas (su  moral)  y   su  ontología (atributos)  como  eje convergente del  universo, el Padre Teilhard la presenta en los siguientes términos:
En  cuanto a  su moral:

Jesús nos predica la pureza, la caridad, la abnegación. ¿Pero  cuál  es  el esfuerzo  específico de la pureza, sino la  concentración y  la sublimación de  las  potencias múltiples del alma, la unificación del hombre en sí mismo? y a  su vez,  ¿ qué realiza la caridad , sino la fusión de los individuos múltiples en un solo cuerpo  y una sola  alma, la unificación de los hombres entre Sí?, y, en fin, ¿ qué representa la  abnegación  cristiana  sino la desconcentración de cada  hombre a favor de un Ser   más  perfecto y más  amado,  la   unificación  de  todo en uno?[28]

En  cuanto a su ontología:

¿Y  qué es el propio  Cristo? […] Cristo  no es  un accesorio  sobreañadido al Mundo, un  ornamento, un rey como el que nosotros  hacemos,  un propietario…  Es el  alfa y la Omega, el principio y el fin,  la  piedra del  fundamento  y la clave de la bóveda, la Plenitud y lo Plenificante.  Él  es quien  consume  y quién da  a todo  su consistencia[29].

Ante  esta perspectiva  unificante,  el  dominio  esencialmente  analítico de la Ciencia  y el ultrasintético de  la Religión,   no encuentra  oposición  alguna,  sino que desde  su punto de vista   se  constituyen  en un proyecto unificante,  en  un  punto de convergencia  que  tocando las  orillas  de lo  contingente y lo necesario  pretende explicar  el complejo de la realidad del  Cosmos y del universo ante el cual el Hombre es   observador y corona.








Capítulo III
Himno del Universo: Entre la filosofía y el Sacramento


La universalidad sobre la cual expone y vive la experiencia del llamado «Himno del Universo», hace de Teilhard uno de los mejores interpretes de una ciencia moderna, que conjugada con la teología clásica, nos deja entrever que Dios baja y no se confunde, que Dios ama y no se equivoca, que Dios asume nuestra naturaleza humana en Jesucristo su Hijo amado, para hacer de la tierra donde habitamos, «una fuente», un «cáliz», una «savia», un «fruto».[30]

El trabajo «fenomenológico» de Teilhard quiere ser una filosofía y una metafísica. Su evolución se presenta como una transformación creadora. ¿Qué es evolución humana y qué es evolución cósmica? Para Teilhard el universo está en un estado de evolución cósmica de la que la evolución humana es parte integral. Ahora bien, la evolución cósmica es consecuencia de un dinamismo intrínseco de la naturaleza, que se desarrolla desde las más simples partículas materiales, a través de los seres vivos (biosfera), a la dimensión constante del hombre (noosfera), a lo largo de la línea de complejidad-conciencia.

El interior de la materia está ligado a la complejidad, y esta a su vez, está relacionada con la «centralidad», que es una característica de la misma materia. Las dos, «complejidad» y «centralidad», constituyen la capacidad  de integración de los elementos en un sistema de unidad, a mayor «complejidad», mayor «interioridad», mayor «conciencia». Es decir, el grado de conciencia aumenta al tiempo que aumenta el grado de complejidad y centricidad [31].

En el fondo, de alguna manera, de alguna manera, no deben haber actuado en el mundo más que una energía única. Y la primera idea que nos viene a la mente es la de representarnos el “alma” como un foco de transmutación, hacia el cual, a través de todas las avenidas de la naturaleza, la fuerza convergería para interiorizarse y sublimarse en belleza y en verdad [32].


Teilhard rechaza todo dualismo materia-espíritu y presenta un concepto de materia que incluye en sí mismo una dimensión espiritual. Su concepción de la materia no parte de la consideración de las partículas más elementales de está, sino desde la evidencia de la conciencia que el hombre tiene de ella. El hombre es el centro de esta comprensión, es decir, él posee en plenitud la conciencia de ser materia «auto-conciencia», la cual a su vez no está presente en los otros seres; esto lo lleva a proponer que hay un «interior» de la materia, además de un «exterior», cuya naturaleza y funcionamiento es el objeto de las ciencias experimentales.

A este doble carácter de la materia (interior y exterior) corresponden también dos tipos de energía la «tangencial» y la «radial», La primera es la energía física, común; la segunda, es la responsable de que se de la convergencia de la evolución de la materia en la línea de una mayor complejidad y una mayor conciencia, esta es la más importante para Teilhard, por que produce la «energía espiritual», por la cual se «aumenta» en el proceso evolutivo a una mayor conciencia de «ser» y «estar en el Universo[33].

La materia para Teilhard tiene un dinamismo interno, por el cual por la línea de la complejidad la evolución procede, llegando a sistemas más complejos; desde el universo primitivo, formado por partículas elementales, a átomos, y de estos a moléculas; de allí la vida-conservando siempre la línea complejidad-conciencia, y de allí a los animales unicelulares a los mamíferos y dentro de ellos a los primates, en los que el cerebro adquiere un mayor desarrollo de complejidad.


La dimensión espiritual, crece a medida que crece la línea de complejidad, esto es, por la jerarquía de las formas de la materia. Al nivel más bajo se sitúa la materia más primitiva, y al más alto la materia con grado de espiritualización; el primero lleva a la disgregación de la materia, y el segundo a la unificación «complejidad-centricidad».  Aquí aparece la dimensión de la «Noosfera», propia del hombre, corona de todo el proceso.

La noosfera, implica la libertad humana, esta a su vez debe darse a nivel planetario y a nivel cósmico; el primer nivel es el del «amor», por el cual se llega a una afinidad mutua interna, que permite amar a los otros, e irradiar la fuerza del cosmos en una única unidad de paz.  El padre Teilhard escribe al respecto:

Primero, en la acción me adhiero al poder creador de Dios; coincido con él; me convierto no solo en su instrumento por el amor, sino en su prolongación viviente. Y como en un ser no hay nada más íntimo que su voluntad, en cierta manera me confundo, por mi corazón, con el propio corazón de Dios. Este contacto es perpetuo, puesto que actúo siempre; y a la vez, como no sabría hallar límite a la perfección de mi fidelidad, ni al fervor de mi intención, me permite asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez más estrechamente[34].


En esta misma  línea de «complejidad-conciencia», el punto de convergencia en el que se realiza la unificación de la noosfera y en el que encuentra su culminación, es en el punto Omega, que es el mismo «hiper-personal», llamado más adelante «trascendente», que es algo así como un polo a tierra que atrae consigo toda la dispersión del cosmos, y la concentra en una «unidad-creadora», que es identificada en Teilhard con Dios[35].

Este punto Omega personal y trascendente, no es un foco pasivo, es un polo activo, que posibilita la convergencia final del universo al nivel de la noosfera, como evolución humana. Este estadio de evolución humana-cósmica, se produce por lo que llamó Teilhard «socialización», es decir, la humanidad progresa hacia una cierta unidad o se disgrega en una multiplicidad. Esta doble dirección corresponde a la espiritualización o la materialización. La primera siempre será un avance, la segunda un retroceso, entre uno y el otro, se necesita una atracción un «Alguien», que por una cierta fuerza atractiva realice la unificación final de todas las conciencias.

Teilhard identifica a Cristo con el punto Omega del universo; en la evolución misma ya se ha hecho presente Cristo mismo, él estaba desde la fundación del mundo, él es el polo de convergencia del universo, todas las cosas se identifican con él-las materiales y las espirituales-, en consecuencia Cristo no es un extranjero en el mundo, sino el verdadero punto de convergencia.

La destinación a Cristo es un favor inesperado y gratuito del creador. Sigue siendo cierto que la encarnación ha refundido tan bien el universo en lo sobrenatural, que, hablando concretamente, ya no podemos buscar, ni imaginar, hacia qué Centro hubiesen gravitado, sin la elevación a la gracia, los elementos de este mundo. En el mundo presente no existe, físicamente, más que un único dinamismo; aquel que lo vincula todo a Jesús; Cristo es el lugar al que tienden y se segregan las porciones logradas, vivientes, elegidas, del cosmos. En él, “Plenitud del Universo”, omnia creantur porque omnia uniuntur. ¡Esos son los términos mismos de la unión creadora! [36].

Siguiendo la línea de esta interpretación la cosmogénesis de la evolución se convierte en lo que Teilhard llama una «Cristogénesis», al identificar el polo de convergencia de toda la evolución con Cristo encarnado. La unidad de los hombres y a través de ellos de todo el universo en Cristo constiyuyen lo que él llama el «Cristo total» o «Cristo Cósmico». Lo que  denomina como  «Misa Universal», se puede entender como la conjugación del elemento «tierra», con el elemento «sacramentum»,  signo por el cual Dios se hace presente y visible para todos.

Ahora, Señor, por medio de la consagración del mundo, el resplandor y el perfume que flotan en el universo, adquieren para mí, cuerpo y rostro en Ti. Lo que entrevía mi pensamiento indeciso, lo que reclama mi corazón en aras de un deseo inverosímil, me lo das Tú magníficamente: Que las criaturas sean no sólo de tal modo solidarias entre sí, que ninguna pueda existir sin todas las demás que deben rodearla, sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo centro real, que una verdadera vida, sufrida en común, les proporcione en definitiva, su consistencia y su unión[37].


La idea generada en su Himno del Universo, se resume por un lado en la muestra que el padre Teilhard hace del Cristo de la mística cristiana-El consumador- y por otro lado se nos depara el polo cósmico, postulado por la ciencia moderna y exigido por el nuevo conocimiento del mundo; además muestra la plena correspondencia, entre una humanidad que tomará conciencia y un cosmos que se abrirá todo a la dimensión del espíritu-en la Parusía- como adelanto de la regeneración que todo sufrirá con la segunda venida de Cristo.

Me abandono irremisiblemente, oh Dios mío, a la tremenda empresa de desilusión que sustituirá hoy, así quiero creerlo ciegamente, mi estrecha personalidad a tu Divina presencia. A quién haya amado apasionadamente a Jesús, oculto en las fuerzas que hacen morir a la tierra, la tierra desfalleciendo lo apretará en sus brazos gigantes y con ella se despertará en el seno de Dios[38].

   



Capítulo IV

Cristificación del universo:

Del fenómeno humano al medio divino

Entre: «complejidad-conciencia» y «Amor sublime y Universal»



Siendo muchos los escritos del padre Teilhard, quisiera detenerme en los que han llamado sus dos principales y fundamentales momentos de su pensamiento. «Si el fenómeno humano representa esencialmente el cerebro de la construcción teilhardiana del Universo, el medio divino representa su corazón».[39]

Fenómeno humano y Medio Divino dos orillas de un mismo río, por donde pasan, génesis del universo, tierra en aparición, formación de las especies, hombre como centro y producto «único» de este proceso científico; Amor transformante y universal, «polo de atracción», humanidad «en y hacia-Cristo«, «todos en el Todo», «fuerza espiritual de la materia», «parusía y gran comunión»; términos, todos de un Jesuita que combinó la ciencia en su método empírico-teórico con su fe «libre y obediente». «En una palabra, por innovadora que sea, la obra del padre Teilhard hay que situarla en la línea de la espiritualidad ignaciana: Es una prolongación de la Comtemplatio ad amorem. Jesuita fiel y convencido, Teilhard seguirá siéndolo toda la vida» [40].

 

Lo escribió entre junio de 1938 y junio de 1940, luego entre 1947 y 1948 lo revisó y completó. Es un análisis fundamentalmente científico y teórico-práctico de aquello que apasionó tanto a Teilhard, «la trama del universo»[41]. Allí se expone con mirada altamente científica todo el proceso de formación del universo, su desarrollo, la aparición del hombre, y su invaluable entronque –término teilhariano- «complejidad-conciencia».









La primera es que, con toda hipótesis y por solitario que haya aparecido, el hombre emergió de un tanteo general de la tierra. Nació, en línea directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y el valor axial de nuestra especie. No nos es necesario, en el fondo, saber nada más como satisfacción de nuestra inteligencia y para las exigencias de nuestra acción[48].

Finalmente, Teilhard hace un tanteo aproximativo desde la ciencia a lo que es su sello personal, y que definirá de manera amplia en el Medio Divino, esto es la implicación del «Amor- Energía», en la organización de una creación del universo que necesita de una «revelación suprema», para superar todas sus dudas y problemas. Este «Amor-Energía» es un hacia y adelante, donde todo confluye, todo tiene su principio y todo tendrá su fin; es el punto Alfa y Omega del cual la humanidad entera «pende» al estilo de las manecillas del reloj, con la diferencia de que aquí se tiende en-hacia-adelante con libertad y responsabilidad, hasta llegar al «alma» de la operación definitiva, en donde todo será «todo en todos». Materia transformada en energía espiritual de donde emana el bien y la paz para los pueblos, Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado[49].


El hecho de esta segunda obra es aún mucho más criticada por sus contemporáneos  y todavía  hoy por filósofos y físicos de la ciencia:

Paradójicamente, yo estaría tentado de decir que lo que se habría de reprochar a Teilhard no es no ser filósofo, sino tener a veces la apariencia de serlo demasiado (y, sin duda, mal). Hay sin duda en Teilhard una doble experiencia mística. La experiencia cristiana, inmensamente válida, y la experiencia cósmica a la que él llama “el sentido de la tierra[50].

El medio Divino es una compilación de aquello que como científico y sacerdote, Teilhard debía decirle a las generaciones futuras; escrito en plana madurez de su vida (1934-1942), en donde después de una basta experiencia subraya con plena lucidez y competencia:

Lo que estas páginas proponen y encierran es sólo una actitud práctica, o, más exactamente acaso, una educación de los ojos. No discutamos ¿queréis? Pero situaos, como yo, aquí y mirad. Desde este punto privilegiado que no es la cima difícil reservada a ciertos elegidos, sino la plataforma firme construida por dos mil años de experiencia cristiana, veréis con toda sencillez, operarse la conjunción de los dos astros cuya atracción diversa desorganiza vuestra fe. Sin confusiones, sin mezclas, Dios, el verdadero Dios cristiano, invadirá ante vuestros ojos el Universo[51].

Resulta claro en Teilhard, la vinculación que hace de la investigación antropológica y cristológica; la «convergencia –conciencia», no es más que la referencia al «Centro –Universal», que a su vez es energía en vía de «reflexión sobre sí misma», formando un principio generador «motor», por el cual todas las cosas son. Omega no es un centro virtual; es un centro real y existente, hacia el cual todas las cosas deben «converger»; la «Cristogénesis», es el comienzo y fin de toda obra creadora.[52]

Lo anterior contiene quizá, el germen de una revolución filosófica-científica de gran trascendencia, su principio de «hominización», antes planteado queda «acaparado» en una «fuerza energética» abierta al mundo, por la cual todo es «armonizado» y pensado, siempre y cuando el hombre, sujeto principal de la creación, se disponga por la «acción-comunión», a perfeccionar con su esfuerzo humano toda pasividad, hallada en el universo mismo, «transformando toda materia humana en una materia Divina, en virtud de la cual la interligazón Materia-Alma-Cristo, hagamos lo que hagamos, nos reporte siempre a Dios».[53]

Es clara la referencia que atraviesa todo el libro, el Amor, este es el principio totalizador de toda energía humana; el despertar de la conciencia sólo se lograra en la «ligazón» que produzca la materia con el espíritu, «ligazón» a su vez compleja y tendenciosa, pues si no se «divinizan» las cosas -las de la materia- no se logrará crear en la «conciencia» una espiral «ascendente», pues lo contrario es «descender» en condición de pecado y miseria... «de fracaso».[54]

Este Amor en su universalidad, supera el tiempo y el espacio, vence la muerte y el pecado, nos hace plenitud y unidad con Dios que es el mismo y más puro Amor. La unión con esa Providencia eficaz y santificante, «depura» toda energía maléfica, y nos hace en estados de «espiritualización gradual», aspirar siempre – como los santos- a esa unión indefectible con el Dios creador y cósmico:

Energía de mi Señor, Fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres infinitamente el más fuerte, a ti es a quien compete el papel de quemarme en la unión que ha de fundirnos juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta con que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo[55].

    



Conclusión


Es impresionante comprobar cuán próximos están los términos científicos y metodológicos del Padre Teilhard, con los de la época; su paso por el sacerdote y el científico nos han dejado ver la agudeza de un pensamiento que supera las barreras de lo fáctico, y nos introduce a manera de una muy original fenomenología a la comprensión del  universo y su mundo.

Teilhard, afirma que es absolutamente al hombre a quien hay que consultar para estar informado acerca de él mismo; e incluso piensa que es al hombre a quien hay que consultar para comprender el universo. Es una visión antropocéntrica, que le devuelve, el carácter de importancia al protagonista principal del universo y su materia. No es el hombre una materia más, diría, es la materia de materia, elevada a la potencia de quien incluso superándola puede avanzar a estados más desarrollados, estos son, los del espíritu.

La «complejidad-conciencia», es el método empírico-trascendental, adoptado por Teilhard, en el que conjuga lo que de origen y desarrollo somos en las distintas etapas del universo, llegando por la conciencia en su estado de desarrollo máximo a poseer el universo, no como una propiedad, sino como un préstamo, al cual hay que cuidar, amar, servir; porque «amando, sirviendo, cuidando» el universo, perpetuamos la obra inmensa del creador.

Sus estudios geológicos, paleontológicos, astronómicos, nos sitúan frente al reto de las ciencias, que en su método empírico-positivista, quieren agotar el discurso de la generación del mismo universo y la materia; no obstante Teilhard muestra que se puede llegar más allá sin obstruir la ciencia, se puede mirar hacia delante, incluso superando estados tan degradantes como el pecado y la desigualdad de los pueblos, causa de este primero. En el ir en-hacia-adelante, esta la visión no solo del Santo que lo es por sus virtudes terrenales, sino la de todos que de una u otra manera participamos del bautismo universal que Dios le ha dado a la tierra con la entrega de su Hijo Jesucristo en la Cruz.

En el Amor se produce la comprensión más universal del cosmos; el punto Alfa y Omega son punto de partida y de llegada de un fenómeno que no sólo es natural, sino Divino; es el proyecto de Dios creando y llevando a término su obra, que continúa en nosotros, y que en nosotros debe adquirir plenitud y consistencia. La evolución cósmica debe converger hacia un punto en donde todo sea en todo, esto es, Jesucristo El Señor.

Teilhard como ninguno en un momento privilegiado de la historia (mitad del siglo XX), propone un acercamiento diáfano y veraz entre ciencia y fe; es el resurgir y poner en práctica aquello que Santo Tomás llamó las dos alas de un mismo espíritu; acercar fe y razón, religión y ciencia fue un trabajo ingente, de alguien que como científico y sacerdote entendió -quizás- antes que los mismos del concilio Vaticano II, que dialogar como cristianos en este mundo moderno, necesita de una muy clara concepción del cosmos y sus misterios, del mundo y su desarrollo, del hombre y su conciencia.



 

 

 

Bibliografía



Cuénot, C., Pierre Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución, Madrid, 1967.
Domenach, J-M., Teilhard de Chardin y el personalismo, España, 1967.
Galleni, L., Ciencia y Teología, propuestas para una síntesis fecunda, Buenos
                      Aires, 2007.
La Fay, G., Teilhard de Chardin. Síntesis de su pensamiento, España, 1967.
Meinvielle, J., Teilhard de Chardin, o la religión de la evolución, Buenos Aires  
                           1965.
Teilhard  De Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid, 1967.
———,Pensamientos escogidos, Madrid  1967
­­­­­­———, Ciencia  y Cristo, Taurus, Colección  ensayistas de Hoy, Madrid 1968
———, El Medio Divino, Madrid, 1967.
———, El Porvenir del Hombre, Madrid, 1967.
———, Escritos en tiempo de guerra, Madrid, 1967.
———, Himno del Universo, Madrid, 1967.
Wildiers, N. M.,  Introduzione a Teilhard de Chardin, Bompiani, Milano 1964





[1] Teilhard De Chardin, P., El Medio Divino, Madrid 1967, 21.
[2] Teilhard De Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid  1967
[3] Teilhard De Chardin, P., Himno del Universo, Madrid  1967, 2
[4] «Desde hace cincuenta años, lanzados al azar, sacerdotes-investigadores y sacerdotes-obreros, han sentido como yo, y más o menos como yo, y cada uno por su cuenta ha intentado resolver el problema»: G. La Fay, Teilhard de Chardin. Síntesis de su pensamiento, 19.
[5]Teilhard De Chardin, P., El medio divino..., 119
[6] Teilhard  De Chardin, P., Pensamientos escogidos, Madrid  1967, 22
[7] Teilhard  De Chardin, El medio divino..., 106.
[8] Teilhard  De Chardin, P.,  Pensamientos escogidos..., 135.
[9] La Fay, G., Teilhard de Chardin. Síntesis de su pensamiento, España 1967 ,17
[10] Galleni, L., Ciencia y teología. Propuestas para una síntesis fecunda, Buenos Aires 2007, 19.
[11] Teilhard De Chardin, P., El fenómeno humano..., 357-358
[12] Teilhard De Chardin, P.,  La Vida Cósmica, 5
[13] Galleni, L., Ciencia y teología..., 20

[14] Galleni L., Ciencia y teología..., 102
[15] TEILHARD DE CHARDIN P., Ciencia  y Cristo, Taurus, Colección  ensayistas de Hoy, Madrid 1968, 43
[16] ibid
[17]  Wildiers, N. M.,  Introduzione a Teilhard di Chardin, Bompiani, Milano 1964, 28

[18] Ibíd., 29
[19] Ibíd., 31
[20] Ibid., 32
[21] Ibíd., 41
[22] Ibid., 42
[23] Ibíd., 43
[24] TEILHARD DE CHARDIN P., Ciencia  y Cristo ..., 24
[25] Ibid
[26] Ibid
[27] Ibid, 56
[28] Ibid
[29] Ibid., 57
[30] Teilhard  De Chardin, P., Himno del universo...,17.
[31] Ibid.,  313.
[32] Teilhard  De Chardin, P., El fenómeno humano..., 81
[33]  Ibid.,   80.
[34] Ibid.,   51
[35] Ibid.,   211-212
[36] Teilhard  De Chardin, P., Escritos del tiempo de guerra, Madrid 1967, 242
[37] Teilhard  De Chardin, P., Himno del Universo..., 23
[38] Ibid.,  30-31
[39] Teilhard  De Chardin, P.,  El Medio Divino..., 18.
[40] C. Cuénot, Pierre Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución, Madrid 1967, 40
[41] Teilhard  De Chardin, P.,  El fenómeno Humano..., 53
[42] Ibid.,  57
[43] Ibid.,  55
[44] Ibid.,  57
[45] Ibid.,  70
[46] Ibid.,  73
[47] Ibid.,  200
[48] Ibid.,  229
[49] Teilhard  De Chardin, P., El fenómeno humano..., 356
[50] Domenach, J-M., Teilhard de Chardin y el personalismo, España 1967, 57
[51] Teilhard  De Chardin, P., El medio Divino..., 31
[52] Ibid.,  44.
[53] Ibid.,  50.
[54]  Ibid.,  83.
[55] Ibid.,  87.